Viaje a Nepal ,Trekking en Nepal ,Sendero del monzón , Nepal en temporada de lluvias , Caminatas en Nepal
Nepal despierta con el susurro del monzón. Las primeras gotas de lluvia tamborilean sobre los tejados dorados de Katmandú, perfumando el aire con tierra mojada y promesas de caminos transformados. Es la temporada en la que los viajeros más intrépidos se adentran en la espesura esmeralda de los Himalayas, donde las montañas se visten de niebla y las sendas se convierten en riachuelos danzantes.
El sendero comienza en Pokhara, donde el lago Phewa se despereza bajo un cielo encapotado. Las barcas de vivos colores flotan en sus aguas calmas, reflejando la silueta de los Annapurnas, ocultos y revelados al capricho de las nubes. La ciudad, vibrante y serena a la vez, se cubre con una bruma mágica, mientras los cafés sirven humeantes tazas de chiya especiado y los monjes de la estupa de la Paz Mundial encienden lámparas de mantequilla.
Avanzamos hacia los senderos de Ghorepani, donde la selva cobra vida con el monzón. Las hojas gotean, los riachuelos murmuran, y cada paso resuena en la alfombra de musgo y flores silvestres. El canto lejano de los pájaros resuena entre los rododendros empapados, mientras los porteadores avanzan con paso firme, equilibrando cargas de historias y provisiones. En las aldeas de piedra, las casas azuladas se confunden con la niebla, y el aroma a dal bhat recién hecho invita a un descanso prolongado.
El monzón es un artista impredecible. A veces, la lluvia es un velo suave, un rocío que humedece la piel y enverdece los campos aterrazados. Otras, es un torrente impetuoso que tamborilea en los tejados de hojalata y hace rugir los ríos de montaña. Pero en cada pausa, la naturaleza se presenta en su máxima expresión: cascadas que se despeñan con furia, arrozales que se mecen como un mar de esmeraldas, y el horizonte que se desvela con un destello de sol fugaz entre las nubes.
Seguimos hacia el corazón de los Annapurnas, donde el silencio es interrumpido solo por el sonido de la lluvia y el crujir de las ramas bajo los pies. Cruzamos puentes colgantes que danzan sobre ríos crecidos, escoltados por mariposas de colores imposibles. En los pueblos de Tadapani y Chhomrong, los lugareños nos reciben con sonrisas cálidas y tazones de sopa humeante.
Llegamos al santuario de Annapurna, un anfiteatro de piedra y hielo que emerge entre la bruma como un reino sagrado. Las nubes juegan a ocultar y desvelar las cimas, mientras el monzón imprime su réquiem de gotas sobre la roca y el hielo. A los pies de las montañas, un puñado de refugios ofrecen cobijo a los viajeros que han desafiado la lluvia para llegar hasta aquí. Nos sentamos a contemplar el paisaje cambiante, con una taza de té en las manos y la certeza de que este rincón del mundo guarda un hechizo que solo el monzón puede desvelar.
El retorno nos lleva de nuevo a Pokhara, donde la lluvia sigue tejiendo su sinfonía sobre los tejados. Las luces de la ciudad reflejan sus destellos en el pavimento mojado, y las historias de la montaña se deslizan en susurros entre los viajeros. Dejamos atrás los senderos de niebla y agua, con el alma empapada de Nepal, de su verde infinito y su misterio de monzón.
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